lunes, 7 de febrero de 2011

Tesoros ocultos



Es evidente que el carro del progreso puede ver frenado su avance en ocasiones pero nunca para totalmente.

En pleno siglo XXI, cuando e-books, lectores, bibliotecas digitales etc, siguen siendo mejorados para ofrecer un aumento en comodidad de uso al consumidor, cambiando sus características más débiles para resultar más apetecibles, quisiera romper una lanza a favor de las denominadas por muchos “librerías de viejos”.

Dicho apelativo puede parecer irrespetuoso, pero si se piensa detenidamente; ¿Quién mejor que alguien de edad para apreciar las singularidades de un objeto que tal vez pronto, (para regocijo de los ecologistas), dejará de fabricarse?.

Los ancianos tienen esa capacidad de valorar toda una serie de cosas, obsoletas por el paso del tiempo; tienden a guardarlo todo, tal vez imbuídos de esa sensación de inseguridad precaria que guardan como una luz piloto de emergencia, conservada a través de los años de vacas flacas de su juventud. También saben, supongo que por la experiencia acumulada tras años de permanecer tras el mostrador, cuándo deseas ser guiado en tu búsqueda y cuándo quieres soledad para disfrutar de la expedición literaria.

Hace ya mucho tiempo que no entro en uno de estos pequeños comercios, pero recuerdo mi época de buscadora de libros descatalogados de tal o cual autor, o simplemente la decisión de entrar a mirar, a rebuscar entre las estanterías añejas y apelotonadas,
tocando libros curtidos ya por el paso del tiempo, cuyas páginas, rígidas como los dedos artríticos del anciano que los clasifica por categorías, crujen al mostrar hileras de vagones de letras sobre un fondo que debió ser blanco en su día, pero ahora aparece totalmente teñido por un tono de café derramado. La luz es diferente dentro de estos comercios, tal vez por su antigüedad; parece resbalar indolente sobre los lomos y portadas esparcidos sin orden aparente, iluminando toda una colección de polvo en forma de luminosos puntos danzarines.

El encuentro con los autores de nuestra infancia tiene un regusto especial entre estas viejas paredes que no intentan reflectar la luz sobre un producto que se desea vender. No hay hilo musical tampoco; en todo caso, solo el murmullo en sordina de una pequeña radio rompe el silencio casi arcano del lugar. Y la sensación de triunfo al encontrar la pequeña joya, descatalogada ya en todos sitios, escondida en el rincón más oscuro, como si jugase con una al escondite.

No importa la edad que tengas, siempre es como entrar en la cueva del tesoro; con la diferencia de que no hay trampas ni un dragón custodiando los objetos apilados casi a presión en los estantes.

Y tal vez porque te sientes ligeramente descuidado y tienes la sensación de que nadie va a soltarte la parrafada aprendida al dedillo para crear una compra por impulso, decides aprovechar la ocasión de tener un par de libros más a los que buscar un rincón en casa; libros viejos, con páginas delicadamente finas porque el precio de la madera en el momento de su nacimiento era demasiado exclusivo.


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